No, no pretendo hacer una sinopsis de la (magnífica y única, junto con "La biblia de Neón") obra póstuma de John kennedy Toole. Surge esta expresión que la transformo en reflexión al hilo de la destitución del selecionador español Pepu Hernández, en el día de ayer, por parte de la Federación Española de Baloncesto. Pepu Hernández ha conseguido en sus años de seleccionador hacer campeona del mundo y subcampeona de europa a España, y todo ello con una receta que combinaba la astuacia técnica con la cuidada psoicología del grupo que dirige, convirtiendo a quince individualidades en un proyecto común ganador.
Y es que el ejemplo de lo courrido con Pepu Hernández, se puede trasladar a muchos niveles de la sociedad en donde el mérito y la capacidad ceden ante la intriga, los intereses particuales y, por equivalencia la mediocridad. Tal y como afirmó Jonathan Swift "Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él". No pretendo hacer con ello una apología de la aristocracia (en los términos clásicos, claro, del gobierno de los mejores), sino de reivindicación de la objetividad, el mérito y la capacidad a la hora de acceder, ejercer y medirnos cada uno de nosotros nuestras respectivas responsabilidades.
Y es que el ejemplo de lo courrido con Pepu Hernández, se puede trasladar a muchos niveles de la sociedad en donde el mérito y la capacidad ceden ante la intriga, los intereses particuales y, por equivalencia la mediocridad. Tal y como afirmó Jonathan Swift "Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él". No pretendo hacer con ello una apología de la aristocracia (en los términos clásicos, claro, del gobierno de los mejores), sino de reivindicación de la objetividad, el mérito y la capacidad a la hora de acceder, ejercer y medirnos cada uno de nosotros nuestras respectivas responsabilidades.
En esta tierra nuestra, Navarra, también vemos como en algunas entidades de relevancia pública este principio debiera aplicarse evitando así la profusión de Ignatius Reilly con la que nos desayunamos cada mañana.
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